lunes, 6 de mayo de 2013

El experimento de la cárcel de Stanford. Reflexiones sobre la influencia social.








En 1971, en Stanford, Philip Zimbardo llevó a cabo uno de los experimentos más relevantes sobre la respuesta humana a la cautividad y los efectos de los roles impuestos en la conducta. En este experimento se cuestiona como el hombre puede pasar, la que parece impermeable frontera del bien al mal. También cómo personas que en principio son buenas, quedan impasibles ante este tipo de situaciones y lo permiten, quedando en cuestión incluso si el experimento y los métodos utilizados por Zimbardo y su equipo estaban dentro de los limites éticos del proceso empírico.

Para llevar a cabo el experimento, Zimbardo, reclutó a jóvenes estudiantes, que se presentaron voluntariamente para participar en el experimento, a cambio de una retribución 15 dolares por día. Estos estudiantes entraban dentro de los estándares de “normalidad”, eran chicos pertenecientes a la clase media, estudiantes, que no presentaban patologías mentales y que no se consideraban conflictivos. Representaban lo que todo el mundo viene a llamar “buenos chicos”.

El experimento dirigido por Zimbardo se llevó a cabo en los sótanos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Stanford. En ellos se habilitó de forma simple lo que sería el “complejo carcelario” y las celdas.

Se asignó al azar, de los 24 estudiantes seleccionados, a 12 el rol de carcelero y a 12 el rol de prisionero.

Para detener a los “prisioneros”, Zimbardo contó con la colaboración de la Policía de Palo Alto. La intención era darle más credibilidad y apariencia real a las detenciones. Estas se llevaron a cabo en presencia de familiares, conocidos y vecinos de los estudiantes que jugaban el rol de prisioneros. Para poder dotar de un carácter más real a la situación simulada, el equipo de Zimbardo contó con la colaboración de funcionarios de prisiones como Carlo Prescott, que les asesoró en el funcionamiento de una prisión.

Zimbardo, en su libro “El efecto Lucifer”, nos habla de como al contrastar sus estudios con los de otros autores, observa como en diferentes culturas la desindividuacion y el anonimato predicen el fomento de conductas agresivas en situaciones en las existe una “autorización “ para llevar a cabo conductas que normalmente están prohibidas. Así se justifican muchas veces conductas antisociales como la tortura o las mutilaciones cometidas en situaciones excepcionales como las guerras. El anonimato que ofrece un uniforme, una máscara o una pintura en la cara hace que se desvanezca la compasión por el “enemigo”.

En este tipo de situaciones, en las que se produce una disonancia cognitiva en el sujeto (sus creencias personales y el rol que debe jugar en público), ocasiona el cambio conductual necesario para acabar con la tensión que esta atribución cognitiva sobre la situación le produce , y lo empuja a actuar, aunque sea en contra de sus convicciones íntimas. En estas situaciones, los sentimientos dominan a la razón y la acción a la reflexión. Parece que las personas, con tal de acabar con ese sentimiento incómodo actúan sin plantearse de forma racional si lo que hacen es correcto o no. La conducta del individuo responde a las exigencias inmediatas de la situación. Exigencias a las que el individuo no atiende para hacer un juicio crítico y responsable, como tampoco atiende para hacer una evaluación de las consecuencias futuras que sus actos pueden acarrear.
Así como el anonimato parece ser que favorece la conducta antisocial, el etiquetar a los demás atribuyéndoles una identidad “carente de valor”, y la deshumanización que le es inherente, posibilita en muchos casos actuaciones inhumanas. El ver o hacer ver a seres humanos como objetos o cosas puede provocar que se les acabe tratando como tales objetos, y con ellos no es necesario llevar conductas morales o empatizar con ellos. Estas etiquetas crean en la mente al “enemigo” al “otro” “diferente” y con ello se justifican los peores de los actos que se pueden cometer.

Se simuló la detención de los presos y estos llegaron a la prisión con los ojos vendados, con lo que la situación de incertidumbre en los presos comenzó a crearse (desorientación física y horaria). Para llevar a cabo el proceso de desindividuación de los presos, se les dio una uniformidad en la apariencia. Los presos fueron vestidos con unos camisones, chanclas y una media en la cabeza. El ir vestido, en cierto modo como una mujer y hacerles tapar el pelo (única seña de identidad personal) los hizo sentirse también humillados y encontrarse en un plano inferior en la relación con los carceleros. Sus nombres fueros cambiados por un número impreso en su camisa. Dejaron de ser quienes eran para convertirse en el preso numero X.

A los presos se les ofreció a todos un mismo uniforme, porras, silbatos y unas gafas de sol que les ocultaban los ojos y facilitaban el anonimato. Un anonimato que favorecerá junto a la “responsabilidad “del director del proyecto de todo lo que allí dentro pasa, la desvinculación moral de su conducta con los presos. Se crea aquí una relación de poder carcelero-preso. A partir de ahora los carceleros impondrán sus reglas y disciplina, los presos se conformarán a las reglas y obedecerán a los carceleros. Esta relación poder-sumisión irá incrementando en numero y forma de violencia, hasta convertirse en totalmente patológica.

Pero no solo las acciones de los individuos pueden ser calificadas como maldades, el no hacer nada, el observarlas sin hacer nada para remediarlas es tan malo como las mismas conductas. Aquí entra en juego por ejemplo la conducta de Zimbardo que, viendo lo que pasaba con su experimento, fue incapaz de pararlo. Hasta que alguien que no estaba metido de lleno en la situación y se mostró disconforme con lo que allí estaba pasando y le llamó la atención el experimento continuo adelante.
La no oposición o pasividad de observadores en situaciones en las que se actuá malvadamente contribuye a que la maldad persista. Zimbardo, aun viendo las maldades que se estaban llevando a cabo en el experimento, se limitó solo a decirle a los carceleros que no acudieran a la violencia física para poner orden en la prisión. El propio Zimbardo quedó atrapado entre los roles de psicólogo director de un experimento y el de director de una prisión, fue tan culpable como el resto de lo que ocurrió dentro de la prisión por inacción.

El experimento que debía durar dos semanas tuvo que ser interrumpido a los 6 días. Todos los participantes, incluido el director del experimento perdieron el norte de lo que aquella situación significaba: un simple experimento. Todos asumieron como propio el rol que debían jugar en la prisión simulada, e incluso el propio Zimbardo dejó de ser el director de un proyecto científico para convertirse en “director de un centro penitenciario”. Tuvo que ser un observador externo, Christina Maslach, el que atizara “una bofetada” a Zimbardo para hacerle ver que todo el mundo “había perdido los papeles” en aquel experimento, y que aquello debía pararse de inmediato.

El experimento comenzó con la pérdida de la libertad de los sujetos, continuó con la pérdida de la intimidad y también con la pérdida de la individualidad de todos ellos. La situación separó a presos y carceleros de su entorno habitual y familiar y los sumergió en una realidad presente que los “obligó” a convivir de acuerdo a unas normas creadas por ellos mismos.

Unos y otros construyeron dentro de la prisión una nueva realidad social, creada en parte por la crueldad de los carceleros, pero también por los mismos presos al no hacer uso de su libertad personal para huir de la situación que los oprimía. Unos y otros abdicaron moralmente de la responsabilidad ante el mal que su propio comportamiento creaba. Todos, no como masa de individuos, sino cada uno en particular se sintió enajenado éticamente de su responsabilidad personal. El poder que se se dio a la situación tuvo su origen en en el constructo psicológico que cada uno de los grupos le dio al rol que se le asignó. Los carceleros debían mandar y los presos obedecer, y el fin se justificó con cualquier medio.

La cuestión que plantea Zimbardo con este experimento es hacernos ver como cualquiera en una situación determinada puede acabar actuando como nunca hubiera creído. Que la maldad no es tanto la “manzana podrida” sino las características “del cesto”, de la situación. El estudio de Zimbardo predica que cualquiera de nosotros frente a fuerzas situacionales determinadas seríamos capaces de actuar tanto malvada como bondadosamente. Quiere empujarnos con este estudio a que adoptemos una postura más humilde ante personas que actúan malvadamente, por que cualquiera de nosotros ante las mismas situaciones quizás hubiéramos actuado igual. Nos enseña que si la personalidad y la motivación son los que mueven a actuar al sujeto de una determinada manera, la situación contextual también tiene mucho que ver. La genética, la biología, la personalidad....predisponen pero no disponen del todo nuestra conducta. Creemos que somos dueños totales de nuestras decisiones, pero no siempre es así. Nuestro cerebro puede entrar a pilotar nuestra vida en modo automático muchas veces, y puede llevarnos a tomar decisiones no siempre constructivas y acertadas. Pero no por las fuerzas situacionales que actúan ante nuestras decisiones podemos justificar nuestras conductas destructivas, tanto con lo propio como con lo ajeno. Este estudio quiere ser una llamada de atención. Debemos hacernos conscientes de todo aquello que nos rodea, conscientes de nosotros mismos, y ser críticos con ello.
La empatía es necesaria tanto con las víctimas de actos malvados como con las personas que los cometen. Necesitamos ponernos sus mismos zapatos para poder llegar a comprender porque actúan así, y enseñarles a cambiar de actitud frente a los avatares de la vida y a su vez no caer nosotros mismos en esos errores. Reconocer nuestras emociones, las de los demás y gestionarlas de manera adecuada.
Optar, ya desde el principio de nuestra vida, por modelos de educación que fomenten la construcción positiva de nuestras vidas, a la apertura al conocimiento que forme conciencias críticas que nos ayuden a ser resistentes a las presiones sociales, a ver y poder diferenciar las dos caras de la misma moneda. Debemos ser conscientes de que lo que la mayoría cree o piensa no siempre es la mejor opción y que la libertad de pensamiento y acción es la que nos permite crecer como seres humanos. Debemos aprender a crear métodos de resistencia y oposición a las fuerzas situacionales que actúan sobre nosotros.
Encontrar el punto de equilibrio entre el cinismo y la credulidad total, la desconexión con aquellos que nos rodean y el dejar nuestras vidas en manos ajenas bajo ofertas falsas de seguridad. Zimbardo nos presenta en la siguiente web un programa de 10 pasos para poder resistir al las influencias sociales no deseadas, y mejorar la capacidad personal de resistencia y virtudes cívicas http://www.lucifereffect.com/guide_tenstep.htm
Es importante para conseguir estos objetivos conocer los paradigmas que nos ofrecen por ejemplo la psicología positiva encabezada por Martin Seligman, la inteligencia emocional de la que es su principal teórico Daniel Goleman, la compasión a la que nos adentra la religión budista, las trampas y las ventajas del deseo de las que nos habla Dan Ariely...Estas estrategias nos ayudarán a no caer en manos del mal, a no crearlo y a convertirnos en pequeños héroes cotidianos.

Para elaborar su teoría, Zimbardo tomó como base para su teoría los estudios de Solomon Asch ( experimentos sobre la conformidad), Stanley Milgram (experimento sobre la obediencia a la autoridad), Lewin (estudio sobre los tipos de liderazgo), Bandura (teorías del aprendizaje social), Becker (teoría del etiquetamiento), Adorno (estudios sobre la cultura y la personalidad autoritaria) o la filósofa Hannah Arendt en su libro “ Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal “.
Las conclusiones a las que lleva su estudio le llevan a comparar el efecto que se produjo en la conducta de todos los participantes en el EPS con otros hechos y sucesos que han acontecido a lo largo de la historia de la humanidad y que han sido considerados autenticas aberraciones, tales como el Holocausto nazi, las matanzas de Rwanda, los maltratos a los prisioneros de Abu Ghraib... y pequeñas actuaciones en la vida cotidiana que, aunque a veces son sutiles, pueden acabar, y acaban en muchos casos, destruyendo la psique e incluso la vida de cualquier ser humano. Ejemplos de este tipo de actuación lo son el acoso en cualquier ámbito de la vida (profesional, escolar, ciberespacio...), el racismo, la discriminación sexual...

Bibliografía consultada

El efecto Lucifer, Philip Zimbardo.
Anatomía de la destructividad humana, Eric Fromm.
La paradoja del tiempo: la nueva psicología del tiempo, Philip Zimbardo.

Recursos Web

http://www.ted.com/talks/philip_zimbardo_on_the_psychology_of_evil.html

http://blog.pucp.edu.pe/item/9986/desconexion-moral-albert-bandura-2-2

http://www.psicothema.com/pdf/3473.pdf

http://www.universidadperu.com/articulo-desindividualizacion-por-que-se-cometen-actos-de-violencia-universidad-peru.php

http://www.rtve.es/alacarta/videos/redes/redes-pendiente-resbaladiza-maldad/736047/

http://www.ted.com/talks/philip_zimbardo_prescribes_a_healthy_take_on_time.html

http://www.lucifereffect.com/guide_tenstep.htm

http://www.youtube.com/watch?v=oc34KMVVbm0

http://www.youtube.com/watch?v=ooy8eNqwIts&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=kMEg-oNreyc&feature=related



Filmografía

http://www.youtube.com/watch?v=G-bJ-zpBXLc La Ola

http://www.youtube.com/watch?v=cH4uK4Z50k8 El Experimento


Licencia Creative Commons
Reflexiones sobre la influencia social en la violencia. por Teresa Fibla Meis se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://www.prisonexp.org/espanol/.

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